domingo, 17 de septiembre de 2006

EL REY HA MUERTO (6)


OLFATO PARA LA VICTORIA
Al aficionado amante de la belleza del juego le intrigará que no se hable, en los estudios, de las brillantes e intricadas combinaciones que se conciben en una partida. Y le será difícil aceptar que no sea el talento, en su versión más glamorosa, el que pergeña sacrifios que vislumbran, apenas, una posible victoria.
Vaya como ejemplo una anécdota del gran ajedrecista nacionalizado argentino, don Miguel Najdorf. Luego de ganar una partida en la que realizó una brillante combinación con un sacrificio que parecía un suicidio, pasó a comentar las complicadas idas y vueltas que se sucedieron luego. Finalmente, preguntó a los presentes si creían que él podría haber previsto tantas peripecias en el momento en que decidió el sacrifio. Y se contestó, con su típico y particular orgullo que "por supuesto que no, era imposible prever tanto" y que sólo se había "dejado llevar por el olfato" ante la posición.
Sin embargo, la evidencia psicológica confirma cada vez más que "el olfato" se hace y no que nace. Un húngaro, Laszlo Polgar, puso a estudiar ajedrez durante seis horas diarias a sus tres hijas. No le fue mal: con el método de enseñanza adecuado, computadoras incluidas, consiguió que dos fueran maestros internacionales y que la otra, Judit, 17º en el ranking, llegara a la categoría máxima: gran maestro internacional. El fenómeno se repite cada vez más y con genios más precoces, seguramente porque disponen de información al día y computadoras que los fuerzan constantemente a mejorar.
Así parece comprobarse que "el olfato de Najdorf", la intuición o el talento, no son algo genético sino más bien mucha información acumulada que sirve para visualizar caminos probables pero con detalles limitados debido al escaso tiempo que tiene el ajedrecista para pulir la idea. El flash, el elegir "sólo la jugada correcta" de Capablanca, sería el resultado de ese proceso no lineal que surge de la experiencia. El talento, en consecuencia, pasa por aprehender tantas estructuras y variantes como sea posible para que iluminen las partidas nuevas. Aunque esta afirmación procure cortar las siempre lozanas raíces del romanticismo.
Por Esteban Magnani y Luis Magnani - Para futuro - Suplemento de Ciencias de Página/12 Año 17 / Nº 913 ( 16 . 09 . 2006 )

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